Texto completo del sello conmemorativo del 75º aniversario de la evacuación de Gibraltar – A116

La tragedia de la evacuación gibraltareña plasmada en un sello – texto completo

 
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Texto completo del sello conmemorativo del 75º aniversario de la evacuación de Gibraltar
Gibraltar, 9 de septiembre de 2014
 
Con el objetivo de conmemorar el 75 aniversario de la orden de evacuar a gran parte de su población tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Gibraltar ha creado un sello conmemorativo, cuya emisión sirve para honrar el valor de aquellas mujeres, ancianos, enfermos y niños, así como el sacrificio de los hombres que se quedaron para luchar.
 
La evacuación fue necesaria para poder acoger un despliegue militar masivo con el objetivo de defender un punto de acceso específico al Mediterráneo, crucial para la campaña de los Aliados en el norte de África.
 
Cerca del 70% de la población fue evacuada a la parte francesa de Marruecos antes de embarcar hacia una Londres por aquel entonces atormentada por los bombardeos, en condiciones de extrema peligrosidad y con grandes dificultades.
 
Sin embargo, su terrible experiencia no acabó ahí: muchos de aquellos que tuvieron la suficiente fortuna como para sobrevivir a los bombardeos que la Luftwaffe acometía prácticamente todas las noches embarcaron hacia campos de refugiados específicamente construidos para albergarlos en Jamaica e Irlanda del Norte, desafiando así, una vez más, a las «manadas de lobos» formadas por los submarinos alemanes.
 
A pesar de que muy pocos de los habitantes locales [en Jamaica e Irlanda del Norte] podían situar Gibraltar en un mapa, ofrecieron una calurosa acogida a estas amables y sonrientes gentes que procedían de «algún lugar en el Mediterráneo» y que estaban más que dispuestos a integrarse en su sociedad. Durante los años de la guerra, se forjaron numerosas amistades verdaderas e incluso hoy en día prevalece un afectuoso recuerdo de la influencia y contribución de la conocida como Generación de la Evacuación de Gibraltar.
 
El inesperadamente sofocante clima de Jamaica y el invierno más frío en muchos años de Irlanda del Norte no consiguieron desalentar al espíritu de los gibraltareños. Sin embargo, algunos de ellos no pudieron volver a Gibraltar hasta 1951. Desgraciadamente, otros no consiguieron regresar a casa.
La historia de la evacuación de Gibraltar es una de las pocas historias no contadas de la Segunda Guerra Mundial. Pero aquellos que resistieron a las turbulencias del viaje se encontraron con que sus vidas y su tierra natal habían experimentado grandes cambios.
 
En tiempos de paz, resulta sencillo pasar por alto el hecho de que la función primordial del Peñón de Gibraltar históricamente ha sido la de una fortaleza defensiva, con una población asentada en torno a la misma. Sin embargo, en época de conflicto, esta auténtica identidad resulta ineludible, tal y como sucedió en 1940, poco después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
 
A medida que las nubes de tormenta de la Segunda Guerra Mundial se cernían sobre Europa, las consecuencias para los gibraltareños se iban aclarando. Tan sólo unas semanas después de su llegada a Downing Street, Winston Churchill comenzó a presionar al Gobernador de Gibraltar para que «procediera inmediatamente» a evacuar a todos los habitantes del Peñón no aptos para el combate.
 
Un total de 13.000 mujeres, niños y ancianos salieron de Gibraltar cruzando el Mediterráneo para guarecerse en campos de refugiados dispersos por la parte francesa de Marruecos. El nivel de vida en estos campos variaba: algunos no estaban preparados ni para el número de evacuados ni para la rapidez con la que llegaron. Algo menos de dos meses después, antes de que tuvieran tiempo para asentarse en sus nuevos hogares, los gibraltareños fueron expulsados.
 
En junio de 1940, Francia se convirtió en el último país en rendirse a la aplastante fuerza de la Blitzkrieg alemana. Gran Bretaña perdió así a un aliado vital y, lo que es peor, a los alemanes se les abría la oportunidad de fortalecer sus propias defensas valiéndose del arsenal francés y, no menos importante, de la poderosa flota naval gala. Sin alternativa alguna, Churchill ordenó a los buques destructores británicos cruzar el Mediterráneo hasta Argelia para atacar a las embarcaciones francesas amarradas en el puerto de Mers el-Kebir. La flota francesa fue diezmada y se registraron 1.279 bajas entre su personal naval. 
 
 
EXPUESTOS, EXHAUSTOS Y ATERRORIZADOS
 
Como ciudadanos británicos, los gibraltareños ya no eran bienvenidos en Marruecos. Las autoridades francesas solicitaron su retirada del territorio en una semana. Con lo poco que pudieron cargar, los evacuados gibraltareños huyeron de sus alojamientos y emprendieron su camino, principalmente a pie, hacia el puerto de Casablanca, donde esperaron bajo un calor abrasador, sin alimentos ni agua, expuestos, exhaustos y aterrorizados.
 
Entretanto, un total de quince buques de carga británicos se aproximaban a Casablanca para repatriar a unos 15.000 soldados franceses que habían huido de Dunquerque por el Canal de la Mancha hacia Inglaterra. Dicha flota, bajo el mando del Contraalmirante Creighton, fue tomada como rehén hasta que el propio Creighton accedió a llevarse a todos los evacuados gibraltareños de suelo francés. El Contraalmirante no tuvo opción de limpiar ni reabastecer sus barcos y los soldados marroquíes obligaron a los evacuados a embarcar a punta de pistola. En contra de las órdenes específicas de sus superiores, el Contraalmirante Creighton regresó a Gibraltar con los evacuados. Cuando llegaron, y tras una larga espera a bordo, se permitió a mujeres, niños y ancianos desembarcar para reunirse temporalmente con sus familias.
 
Por aquel entonces, Italia y Francia (bajo el mandato del germanófilo régimen de Vichy) ya habían comenzado a bombardear Gibraltar. La necesidad de volver a evacuar al personal no militar del Peñón se antojaba vital. A fin de acomodar al gran número de civiles que el Gobernador deseaba evacuar —en total, se llegó a la cifra de 16.000—, se decidió repartirlos entre distintos lugares remotos.
 
 
MADEIRA, EL INICIO DE LA CARIDAD
 
El primer grupo en partir —aproximadamente 2.000 personas— fue transportado a la isla portuguesa de Madeira. Durante su estancia en la isla, un grupo de mujeres se organizó en una Asociación de Damas, cuya intención inicial era la de ayudar y apoyar a las clases más desfavorecidas de los evacuados gibraltareños. La caridad de estas mujeres pronto se extendió a la población local de Madeira. Más tarde, comenzaron a mandar ropa a soldados británicos, prisioneros de guerra y víctimas de las incursiones aéreas en Londres, que por aquel entonces tanto necesitaban.
 
Dado que muchos de los evacuados eran adolescentes o niños, sus padres comenzaron a preocuparse seriamente, pues sus necesidades educativas no estaban siendo cubiertas en Madeira. A fin de abordar este problema, los gibraltareños decidieron crear sus propias escuelas en las islas, a las que, con el tiempo, también acudió la población local.
 
En términos generales, los gibraltareños ejercieron una influencia positiva en el modo de vida local. En un principio, su carácter abierto y extrovertido chocó con el temperamento calmado de los madeirenses, pero al final estos últimos adoptaron el estilo de vida y pronto ambas poblaciones empezaron a relacionarse. En un momento en el que la guerra había mermado al importante sector turístico de la isla, la presencia de los evacuados gibraltareños —clientes de sus tiendas y servicios— también resultó fundamental para la economía de Madeira.
 
 
RIESGO DE ATAQUE
 
El mayor grupo de evacuados que partió de Gibraltar —un total de 13.000 personas— encontró en Londres su destino: el 21 de julio de 1940, un convoy de veinticuatro naves partió desde Gibraltar hacia el Reino Unido. A bordo de cada uno de estos saturados buques, las familias se encontraban hacinadas en pequeños segmentos en el suelo de la bodega del barco, donde permanecieron durante dieciocho días. Quizás el mayor tormento que azotó a los evacuados en su periplo por el mar fue la constante amenaza de un ataque de las «manadas de lobos» formadas por los submarinos alemanes. Estos grandes submarinos eran conocidos por acechar ocultos bajo la superficie del Atlántico, hundiendo tanto buques militares como navíos mercantes, e incluso embarcaciones de pasajeros. Los convoyes que transportaban a los gibraltareños contaban con escasa escolta armada y los barcos de transporte adolecían de una gran escasez de botes y chalecos salvavidas.
 
Cuando los evacuados arribaron a puerto en Inglaterra, se encontraban en un estado lamentable: sucios, hambrientos, infestados de piojos y, muchos de ellos, enfermos. Antes de llegar a Londres, se les proporcionó los medios necesarios para su higiene y alimentación, pero no encontraron en la capital británica el refugio que esperaban. A su llegada a la ciudad, vieron cómo niños ingleses subían a los mismos trenes que ellos acababan de desocupar. Estos jóvenes londinenses estaban siendo evacuados del mismo lugar al que los gibraltareños —mujeres y niños incluidos— acababan de llegar en busca de refugio.
 
Una vez en Londres, fueron alojados en numerosos hoteles en South Kensington, Fulham, Bayswater y Wembley. Un grupo de evacuados fue alojado en el Empress Hall de Earl’s Court, cuyo techo abovedado con cristal decorativo se convirtió en un elemento especialmente aterrador durante los bombardeos.
 
 
EN LA LÍNEA DE FUEGO
 
Pronto los evacuados descubrirían que sus nuevos hogares se encontraban justo en la línea de fuego, cuando la Luftwaffe comenzó a bombardear Londres sin descanso desde el 25 de agosto de 1940 al 16 de mayo de 1941. Al igual que todos aquellos que se encontraban en la ciudad, los gibraltareños sufrieron heridos y muertes. No obstante, dado que comparativamente sus pérdidas fueron menores, los ciudadanos locales empezaron a ver en los evacuados un símbolo de buena suerte, incluso hasta el punto de optar por guarecerse de las incursiones aéreas allí donde se refugiaban los gibraltareños.
 
Tradicionalmente considerados como un pueblo trabajador y patriótico, los gibraltareños desplazados en Londres estaban ansiosos por encontrar trabajo y realizar contribuciones más notables a los esfuerzos de guerra que simplemente traer buena suerte. Las mujeres gibraltareñas se enrolaron como voluntarias en la Cruz Roja, trabajando así en hospitales, hogares, escuelas y unidades de ambulancia para proporcionar asistencia social y cuidados médicos a los habitantes de Londres. Estas mujeres se ocuparon en arduos trabajos manuales en fábricas, donde se producían armas y ropa para los soldados, así como «barreras de globos»: redes de dirigibles que flotaban por encima de la ciudad para frustrar e interceptar aeronaves enemigas.
Por su parte, los hombres arriesgaron sus vidas uniéndose a las patrullas que combatían los incendios provocados por las bombas, trabajando todas las noches en los tejados durante las incursiones aéreas, armados con poco más que cascos y mantas ignífugas. Gracias a su valor, se ganaron una admiración generalizada y se convirtieron en héroes locales en las comunidades a las que protegían. Otros se alistaron directamente para combatir en la Royal Air Force enfrentándose en combates aéreos a la Luftwaffe.
 
LEJOS DE CASA
 
Entretanto, el último contingente de 2.000 gibraltareños fue enviado desde el Peñón, sorteando los peligros en forma de submarino que infestaban las aguas del Atlántico sin escolta armada ni medio alguno de defensa, hacia el territorio británico de Jamaica. Allí, fueron acomodados en Gibraltar Camp, un campamento construido específicamente para dicho propósito. Al final, los gibraltareños acabarían por ocupar todos los puestos de trabajo del campamento a cambio de salarios justos. Más tarde, se les permitió aceptar trabajos fuera del campamento y las mujeres que lo deseaban también podían comenzar o continuar con su formación en medicina en la institución local de enseñanza. A pesar de lo exótico de su desplazamiento a un país y una cultura lejana a la suya, los gibraltareños se adaptaron bien a sus nuevas vidas en Jamaica.
Entretanto, en Europa, la guerra seguía causando estragos. El bombardeo de Londres continuaba y, en 1944, los alemanes comenzaron a utilizar nuevas armas en sus bombardeos a la ciudad. Los famosos misiles de crucero Fieseler Fi 103 y, posteriormente, los terroríficos cohetes V2 —que podían ser lanzados desde el otro lado del Canal de la Mancha— incrementaron radicalmente el peligro que amenazaba a los habitantes de la capital.
 
Los gibraltareños que aún por aquel entonces seguían residiendo en la ciudad fueron rápidamente evacuados a campos de refugiados en Irlanda del Norte. Concebidos para uso militar, estos campos estaban formados por barracones Nissen, que apenas ofrecían cobijo contra las frías condiciones meteorológicas que sobrevinieron después. Inicialmente, los evacuados aceptaron este decepcionante traslado con resignación; teniendo en cuenta que Italia se había rendido y los Aliados parecían estar cambiando el curso de la guerra, los peligros que acechaban a Gibraltar se alejaron considerablemente. Naturalmente, los gibraltareños —tanto aquellos que residían en el Peñón como los que se encontraban en el extranjero— pensaron que la repatriación se produciría poco tiempo después. Sin embargo, muchos de ellos no corrieron esa suerte. Algunos encontraron consuelo en las amistades forjadas entre evacuados y norirlandeses, lazos que perduraron hasta décadas después.
 
 
DESAFÍOS Y OBSTÁCULOS
 
Las autoridades gibraltareñas que organizaron la operación de repatriación tuvieron que sortear numerosos desafíos y obstáculos, puesto que habían muchas más personas de las que se marcharon en un principio, con el añadido de los bebés nacidos durante la evacuación, además de algunos refugiados españoles. El número de casas disponibles se redujo después de que muchas de ellas fueran dañadas o destruidas durante los bombardeos, mientras que otras aún seguían ocupadas por soldados y no quedarían disponibles hasta 1945.
 
La operación de repatriación fue concebida de forma escalonada, por lo que se creó un sistema de prioridades a fin de determinar el orden de retorno de los evacuados. Aquellos que tuvieran familiares en el Peñón que pudieran hacerse cargo de ellos y alojarles tendrían prioridad, junto con los contingentes de Madeira y Jamaica, mientras que el resto iría después. La operación comenzó en agosto de 1944 y tardó siete años en concluir.
 
Los afortunados evacuados que volvieron en primer lugar encontraron un Peñón muy diferente al que recordaban. Las cicatrices de la guerra, los soldados, las defensas y la destrucción formaban parte del paisaje.
 
Los evacuados que permanecieron en Irlanda del Norte fueron los que más tiempo tuvieron que esperar. En 1947, algunos volvieron a ser evacuados una vez más a Fulham Road en Londres. Por aquel tiempo, un nuevo Gobernador había accedido al poder en Gibraltar y se lograron realizar algunos progresos en relación con la vuelta de los restantes evacuados. En 1951, los últimos evacuados gibraltareños culminaron su emotiva vuelta a casa.
 
 
RESISTENCIA ETERNA
 
Sin lugar a dudas, la larga historia de la evacuación y la repatriación de los civiles gibraltareños dejó huella tanto en el Peñón como en sus habitantes. Debido a la necesidad, muchos aprendieron inglés, logrando mucha más fluidez de lo que habrían conseguido de otro modo, además de conocer Europa y otras partes del mundo. Asimismo, la guerra también aceleró cambios muy necesarios tanto en viviendas como en instalaciones médicas, además de generar progresos tanto en el ámbito político como en el constitucional.
 
No cabe duda de que los habitantes de Gibraltar sufrieron mucho durante la Segunda Guerra Mundial: la pérdida de sus hogares, la separación de las familias, las brutales incursiones aéreas enemigas y un periplo aparentemente interminable que se prolongó durante toda una década. No obstante, a partir de esta época, la población civil exhibió valentía, conservó su dignidad y demostró una resistencia eterna. Su ilimitada capacidad de adaptación durante estos años oscuros les permitió resistir a las más duras pruebas para después emerger reforzados.
 
 
 
 
Nota a redactores:
 
Esta es una traducción realizada por la Oficina de Información de Gibraltar. Algunas palabras no se encuentran en el documento original y se han añadido para mejorar el sentido de la traducción. El texto válido es el original en inglés.
 
Para cualquier ampliación de esta información, rogamos contacte con
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