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Gibraltar es británico — y europeo
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Traducción del artículo «Gibraltar is British — and European», de Tunku Varadarajan[1], publicado por Hoover Institution[2], Universidad de Stanford, EE.UU.
Gibraltar, 27 de noviembre de 2014
La pasada semana volví a Gibraltar por primera vez tras 17 años; la última vez que estuve allí fue en 1997, como corresponsal en el extranjero del Times de Londres. 17 años. ¡Ha cambiado tanto! Casemates Square, antaño una desgracia en el centro de la ciudad, se ve ahora casi adorable. Las lanchas de los contrabandistas — esas horribles lanchas[3] — ya no mancillan el nombre del Peñón. Y hay dinero por todas partes; una prosperidad y una elegancia omnipresentes que no recuerdo haber observado durante mi última visita. Se palpa un aire de confianza en el Peñón: el inconfundible aroma del orgullo y la pujanza económica. La vida ya no parece limitada y claustrofóbica y el estrés existencial de ser gibraltareño parece haberse evaporado. Apostaría — y «apostar» es sin duda la palabra idónea, dada la riqueza que aporta a Gibraltar el juego online — que nunca ha sido mejor: es la economía que más rápido crece en Europa.
Y a pesar de todo, Gibraltar — reivindicado por España y gobernado por los mismos gibraltareños — siempre ha soportado el peso del cuestionamiento sobre su estatus. Es un Territorio Británico de Ultramar, exactamente lo que Gibraltar quiere ser. A pesar de algún que otro tambaleo histórico en Londres, los sucesivos Gobiernos británicos han ofrecido garantías claras y vinculantes de que Gran Bretaña no modificaría el estatuto político de Gibraltar sin el consentimiento explícito de su pueblo. De hecho, en 2008, el Ministro británico para Europa, llegó incluso a afirmar en la Cámara de los Comunes que el Gobierno no entraría en ningún «proceso» sobre el futuro de Gibraltar sin el consentimiento de los gibraltareños.
No obstante, al otro lado de la frontera, el Gobierno español niega la evidente realidad de que Gibraltar es gibraltareño. Desde la óptica de España, Gibraltar viviría en un estado suspendido de españolidad. Como todo alumno del Peñón sabe, España cedió Gibraltar a la Corona Británica en 1713, en virtud del Tratado de Utrecht. Y no se trataba de una cesión cualquiera, sino de una cesión a perpetuidad. Sin embargo, España nunca ha asumido la pérdida de Gibraltar. No es sorprendente que Franco impusiera un bloqueo al Peñón durante décadas; no era otro que Francisco Franco Bahamonde, «Caudillo de España por la gracia de Dios». Un hombre que emprendió una guerra despiadada contra su propio pueblo no habría podido mostrar simpatía hacia otro que aborrecía, en un territorio que — tal y como él lo veía — se le había arrebatado a España a la fuerza y no constituía más que un miembro amputado a la Madre Patria[4] que debía ser recuperado. Pero lo más desmoralizador para los gibraltareños — también debería serlo para los españoles contemporáneos — es la actitud de los sucesivos gobiernos españoles posteriores al régimen franquista, que a pesar de liderar una democracia europea ostensiblemente moderna han intentado negar el derecho de autodeterminación de los gibraltareños.
Que a los gibraltareños les corresponde este derecho no lo puede negar nadie. Es precisamente la manera en la que los gibraltareños han ejercido su derecho a la autodeterminación — arraigado en el Derecho internacional — lo que ha suscitado las iras de España. España tilda a Gibraltar de «colonia», una condición política que percibe como ofensiva (la ironía de que una antigua potencia imperial despotrique sobre la naturaleza ofensiva del estatuto colonial da para mucho, hasta para provocar indigestión). También las Naciones Unidas han sucumbido a la etiqueta de colonia: su «Comité Especial Encargado de Examinar la Situación con Respecto a la Aplicación de la Declaración sobre la Concesión de la Independencia a los Países y Pueblos Coloniales», afortunadamente conocido como «Comité Especial de Descolonización» considera que Gibraltar debería someterse a un proceso de descolonización.
¿Qué conllevaría una tal descolonización para Gibraltar? La respuesta es la recolonización: tanto el comité de la ONU como España abogan por una vuelta a la soberanía española, a pesar de los dos referéndums en los que el pueblo gibraltareño rechazó de lleno esta posibilidad, que además constituyen los únicos ejemplos en la Historia de una participación en torno al 99 % sin que pesen sobre ellos la menor sombra de duda o irregularidades (Stalin, Saddam o Ceauşescu habrían matado por obtener semejantes resultados. De hecho, mataron por resultados así…).
Si los gibraltareños ostentan el derecho a la autodeterminación, podrán elegir, en virtud del mismo, ser británicos en la forma que consideren oportuna. Actualmente, la estructura política por la que han optado es la de un Territorio Británico de Ultramar y se reservan el derecho de proclamar su independencia de Gran Bretaña si en algún momento lo desean. Pero España objeta enérgicamente a la interpretación de los gibraltareños del derecho de autodeterminación. Desde la lectura que Madrid hace de la ley, el territorio deberá devolverse a España en caso de que se independice de Gran Bretaña. El Tratado de Utrecht estipula que a España le corresponde el derecho de tanteo en caso de que Gran Bretaña renuncie a su soberanía sobre Gibraltar, por lo que Gibraltar, de no ser británico, debería ser español, sin posibilidad de ser otra cosa. En virtud de los principios básicos del derecho internacional, sin embargo, se considera que las disposiciones de un antiguo tratado deben ceder ante los principios generales del Derecho Internacional moderno en caso de conflicto, y de este modo, el Tratado de Utrecht no puede hacerse valer frente al derecho de autodeterminación. Esta es la física elemental de la cuestión gibraltareña.
La transición de una España estancada en el franquismo hacia una democracia moderna no tocará a su fin hasta que se respete a los gibraltareños y se acepte que no son cifras ni intrusos, sino personas con derechos. Lo que resulta particularmente aborrecible para los gibraltareños es que los que han abogado por negar sus derechos han sido gobiernos que, desde Madrid, han intentado suprimir las comunidades que conforman España, algunas de los cuales reivindican derechos de rango muy inferior a la autonomía de la que goza actualmente Gibraltar.
Cabe imaginar la consternación que despertaría en tales comunidades la reintegración de Gibraltar en España. Si por un momento dejamos de lado la incredulidad e imaginamos un «Gibraltar español», queda claro que esto sería inconcebible sin que España garantizara —por lo menos— la misma autonomía de la que goza bajo soberanía británica. Si no, ¿cómo optaría Gibraltar por pasar a formar parte de España voluntariamente? Además cabe preguntarse: ¿qué conllevaría esto de cara a Cataluña, País Vasco, Galicia, Valencia o Islas Baleares? ¿Cómo podría España negarse a ofrecerles una mayor autonomía, semejante a la de Gibraltar? Y si lo hiciera, ¿cuánto tiempo tardaría en desencadenarse una lucha entre las distintas comunidades por la independencia?
No es necesario plantear hipótesis fantásticas. España ya está inmersa en este proceso de disolución. El país que hipotéticamente podría reintegrar Gibraltar contra los deseos de los gibraltareños está a punto de perder a los catalanes. El desacuerdo virulento entre Madrid y Barcelona conforma el escenario de la desintegración de España — una zarzuela[5] tragicómica en la que los catalanes votan por la secesión y Madrid, por muy increíble que parezca, amenaza con querellarse contra ellos por llevar a cabo una votación. ¿A quién le sorprende que Gibraltar mire a Madrid con tanta inquietud? La receta de Madrid es la coexistencia coercitiva, ya sea con los catalanes o con los gibraltareños.
Comparemos los acontecimientos en España — y la farsa perniciosa del referéndum catalán — con lo ocurrido entre Gran Bretaña y Escocia. A pesar de que el movimiento independentista escocés haya desconcertado a muchos de nosotros — personalmente lo entiendo como una especie de locura alimentada por la ingesta desmesurada de haggis y whisky — Londres lo trató con respeto y decencia. Gran Bretaña dio al mundo una lección sobre democracia y autodeterminación. En lugar del tira y afloja jingoísta que presenciamos entre Mariano Rajoy y Artur Mas — presidentes de España y Cataluña, respectivamente — en Gran Bretaña fuimos testigos de un movimiento de oposición liderado por los unionistas para convencer a los escoceses de que siguieran siendo británicos. Gran Bretaña es una democracia antigua y sofisticada que deposita una gran confianza en sus ciudadanos, por lo que no es de extrañar que Gibraltar, que es una democracia más antigua que la española, quiera mantener los lazos con Gran Bretaña.
Lo que no quiere decir que Gibraltar o los gibraltareños tengan que mostrarse implacablemente hostiles ante España: nada más lejos de la verdad. Tal y como digo a todos los españoles influyentes que me cruzo — o como le dije en un avión de las Fuerzas del Aire españolas al expresidente José María Aznar, al que acompañé como afortunado corresponsal en un vuelo de Madrid a Londres — si Franco hubiera optado por mantener la frontera abierta en vez de cerrada; si España tratara a Gibraltar con humanidad y amistad en vez de con el desprecio del que se cree propietario de algo; si Madrid dejara de lado el rancio orgullo castellano para favorecer la ósmosis de una frontera abierta de par en par, es posible que Gibraltar y España llegaran a un acuerdo amistoso tras dos o tres generaciones.
La frontera entre España y Gibraltar se abrió en 1985, lo que quiere decir que ningún gibraltareño de menos de treinta años ha conocido otra realidad diferente a una frontera legalmente transitable. España ya no es otro planeta. Puede que haya retrasos, que la frontera se cierre en algunas ocasiones, que los gibraltareños deban soportar otros tipos de tormento infligidos por España; pero los menores de treinta han gozado de un acceso fácil y renovador a España. Los menores de cuarenta sólo conocieron el cierre de la frontera hasta los diez, por debajo de la edad a la que suele despertarse la conciencia política y económica. Así, si la clase política española fuera capaz de ver que la única manera en la que jamás conquistarán los corazones de los gibraltareños es por la fuerza, uno podría imaginar el día en el que la frontera entre Gibraltar y España constituya un mero punto de tránsito.
Paradójicamente, la mayor amenaza para Gibraltar en la actualidad no proviene de España, el eterno malo de la película, sino de Gran Bretaña, la madre patria. Gran Bretaña está presenciando el auge de un peligroso movimiento: el antieuropeísmo. Atemorizados ante Nigel Farage y el UKIP (UK Independence Party, el Partido por la Independencia del Reino Unido), el Primer Ministro, David Cameron, y sus aliados se juegan el futuro y la prosperidad de Gran Bretaña. Y si Gran Bretaña abandonara la Unión Europea por referéndum, ¿en qué situación quedaría Gibraltar, un territorio tan íntimamente ligado a los acuerdos económicos comunitarios? La extinción de los mismos abocaría sin duda al Peñón y a su pueblo al desastre.
Si, efectivamente, Gran Bretaña vota a favor de la salida de la Unión Europea, Gibraltar estaría abocado al mismo destino, lo que lo convertiría en un rehén político y económico de España. Un Gibraltar británico fuera de la UE haría aguas enseguida. La prosperidad de la que fui testigo la semana pasada se evaporaría. Si Gibraltar, orgulloso de mantenerse en el seno de la Unión, optara por ejercer su derecho de autodeterminación y abandonara el Reino Unido, no podría adherirse a la Unión Europea como estado miembro independiente si España impusiera su veto. Puesto que España consideraría un Gibraltar independiente como un ente ilegal — su posición, después de todo, defiende de manera consistente la devolución de Gibraltar a España en caso de independencia de Gran Bretaña — la entrada de Gibraltar en la UE no parece posible. ¡Casi sería más fácil que Gibraltar se convirtiera en el 51º estado de EE.UU.!
Mi humilde consejo a los gibraltareños —y a su Gobierno— es que movilicen todos los recursos a su disposición en aras de contribuir a dar forma al debate proeuropeo en Gran Bretaña y respaldar las voces que luchan por mantener a Gran Bretaña en el seno de la UE. Gibraltar necesita levantarse contra la deriva antieuropeísta de la derecha británica. Este es el momento de defender a capa y espada sus intereses, de presionar en su propia defensa. No se trata de la misma lucha de siempre: de defender un Gibraltar británico; sino de defender una Gran Bretaña europea, puesto que fuera de la UE, Gibraltar estaría completamente acabado.
Este artículo es una adaptación de la Conferencia inaugural Gibraltar Chronicle que el autor dio en el Festival Literario de Gibraltar el 14 de noviembre de 2014. La versión original, en inglés, se encuentra aquí: http://www.hoover.org/research/gibraltar-british-and-european y en el anexo al PDF.
Nota a redactores:
Esta es una traducción realizada por la Oficina de Información de Gibraltar. Algunas palabras no se encuentran en el documento original y se han añadido para mejorar el sentido de la traducción. El texto válido es el original en inglés.
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[1] Varadajaran es el editor de la publicación Defining Ideas de la Hoover Institution y profesor de periodismo en la New York University. Su carrera periodística se forjó en el Times de Londres, en el Wall Street Journal, en Forbes, en Newsweek y The Daily Beast. Habla castellano con fluidez y es seguidor del Real Madrid.
[2] La Hoover Institution es un think tank e instituto de investigación académica de la Universidad de Stanford fundada por el Presidente de los EE.UU. Herbert Hoover en 1919 conocido por su influencia sobre las políticas públicas americanas.
[3] N.d.T.: en castellano en el original.
[4] N.d.T.: en castellano en el original
[5] N.d.T.: en castellano en el original